ALIENATION AS A WAY OF IGNORING THE ENSLAVEMENT OF NONHUMAN ANIMALS
TAMARA GONZÁLEZ
RESUMEN: El siguiente artículo busca la problematización
del desentendimiento de nuestras acciones, costumbres y hábitos de consumo,
para polemizar los órdenes sociales que parecen cada vez más insostenibles,
partiendo desde el cuestionamiento de la moralidad con respecto a los animales
no humanos y su estatus jurídico en la legislación chilena, así como también
respecto a la naturaleza en general, siendo estos el tema central acerca del
cual se busca repensar la actitud del ser humano, el entendimiento y
comportamientos que han llevado a la alienación como resultado de la no
problematización. Además, y en relación estrechamente directa con los animales
no humanos, será dilucidar el modo de producción bajo el cual se encuentran
todos los animales y como es que el ser humano lo financia “inconscientemente”.
Se mencionan y dilucidan conceptos como alienación, especismo, bienestarismo,
radicalización, entre otros. Debido a que, si bien están asociados, sus
diferencias esenciales suman gran importancia a cómo se entiende este problema
y cómo se acciona a partir de allí, desde una posición político-filosófica. La
explotación del animal no humano y de la naturaleza, los hechos violentos que
esta significa, y por lo tanto la lucha contra ella, es una cuestión
esencialmente política que debe escapar del pacifismo..
ABSTRACT: The following
article seeks to problematize the lack of understanding of our actions, customs
and consumption habits, to polemicize the social orders that seem increasingly
unsustainable, starting from the questioning of morality with respect to
non-human animals and their legal status in Chilean legislation, as well as
with respect to nature in general. These being the central theme about which it
seeks to re-think the attitude of the human being, the understanding and behaviors
that have led to alienation as a result of non-problematization. In addition,
and in close direct relation to non-human animals , it will be necessary to
elucidate the mode of production under which all animals are found and how it
is that the human beings finance it "unconsciously". Concepts such as
alienation, speciesism, welfarism, radicalization, among others, are mentioned
and elucidated. Because, although they are associated, their essential
differences add great importance to how this problem is understood and how it
is acted from there, from a position of political-philosophical. The
exploitation of the non-human animal and of nature, the violent acts that it
entails, and therefore the struggle against it, is an essentially political
question that must escape pacifism.
PALABRAS
CLAVES: especismo – (des)consideración moral – sujetos
de derecho
KEYWORDS: speciesism – moral (dis)consideration – subjects of
law.
Existen distintas perspectivas desde las cuales se puede abordar la
problematización del trato humano hacia los animales de otras especies, en
general, ellas ponen el foco en la industria ganadera, láctea y avícola, puesto
que los animales que son explotados allí, son víctimas directas de nuestras
costumbres y acciones diarias. A pesar de que culturalmente se suele tener una
visión de la lucha por la defensa de los animales completamente desvinculada de
otras cuestiones de lo que podríamos definir como justicia social, lo cierto es
que la explotación animal, y por lo tanto también el afrontamiento contra ella,
es una cuestión que resulta ser esencialmente política. La razón de explotar
animales, en todos sus ámbitos, es muy clara y sencilla; el beneficio
únicamente del ser humano. La explotación animal produce plusvalía, y por esa
razón se les utiliza, cosifica y mercantiliza. En ese proceso de
mercantilización por el cual el animal no humano es desposeído de todo valor e
importancia en tanto que sujeto y transformado en un producto, es posible
gracias a una serie de relaciones de poder, que arraigan en el centro mismo de
la lógica del sistema capitalista; transformar la vida en ganancias y utilidad.
Por lo tanto, todos los seres vivos y la naturaleza se entienden como medios
para obtenerlas.
Una de las perspectivas críticas de esta cuestión
es por ejemplo, la feminista –feminismo antiespecista– el cual toma una postura
en donde se destaca la utilización de las hembras de distintas especies en las
industrias. Se busca ilustrar que los patrones patriarcales de nuestras
sociedades afectan también directamente a animales no humanos a través de
acciones totalmente antinaturales, como lo son; la inseminación artificial de
vacas, la crianza, hacinamiento y hormonización de gallinas, reproducción
forzosa en criaderos de perros, entre otras. Todas estas áreas industriales
hacen uso específico de las hembras de estas especies, pues además del
beneficio cárnico, hacen provecho de sus cuerpos para transformarlos en
productos derivados, como lo son la leche, huevos, y crianza de perros de raza.
Por lo tanto, se extiende aquí la lucha feminista hacia otras especies que
sufren por la cultura patriarcal cosificadora del sexo femenino.
Otras perspectivas se fundamentan en el
anticapitalismo: para el sustento del capitalismo, este necesita de una
jerarquía económica; los cada vez más enriquecidos se benefician de los cada
vez más empobrecidos. Este marco naturalmente proporciona un entorno próspero
para la jerarquización de género, de capacidad, de clase, de raza, etc. En
otras palabras, el capitalismo es un sistema económico que oprime al humano
pero también a otras especies animales y los ecosistemas. Esta postura
encuentra conexión y patrones existentes entre el ser humano y las demás
especies en cuanto son utilizados para el enriquecimiento de un porcentaje
mínimo de humanos, fundamentados en el bienestar económico de la población
humana. Esta es la perspectiva que se utilizará para un análisis cualitativo de
la cuestión que aquí se tratará. Además, se empleará un enfoque y análisis de
lo que resulta ser el pacifismo en el que nos encontramos como especie humana,
ante hechos violentos que nosotros mismos sustentamos y que, como se argumentará,
en algún punto, serán la razón de no solo nuestro deterioro de calidad de vida,
sino de la de miles de especies animales que habitan con nosotros. Porque, a
pesar de la mayor visibilización del cuestionamiento moral que ha alcanzado el
posicionamiento anti-especista en las últimas décadas, no es suficiente.
Para comprender la esencia
de este pasaje y darle cierta contextualización al motivo de por qué se
toma este concepto de la sociología para la problematización, se empezará
definiendo los sujetos que importan en esta materia; animales humanos y no
humanos. En primer lugar, una de las aristas
más relevantes en el marco de las relaciones entre
sujetos humanos y no humanos
es la mercantilización y
provecho de los animales no humanos.
Cuando hablamos de
alienación en el contexto de esta lectura, nos referimos a la pérdida o
enajenación de la relación, no solo entre el trabajador y aquello que produce,
sino que se extiende a sociedades completas que actúan y piensan que este
problema es ajeno a ellos, dando lugar a la ya normalizada situación de la
cosificación del animal no humano, entendiendo a este como un producto final
sin más, es decir, nos encontramos ante un desentendimiento completo de las
implicancias –principalmente– de los hábitos de consumo y de alimentación. Pero
antes de continuar, creo importante destacar dos cuestiones: El sufrimiento que
causa la explotación de los animales no humanos, ya que nacen, viven, y mueren
con el solo propósito que les entrega el animal humano. Asimismo, los procesos
antinaturales que son llevados a cabo para aumentar la producción, no solo de
carne, sino que también de otros derivados. Por otro lado, destaco también la
devastación ecológica que aquella producción implica, el uso desmedido de recursos
no renovables, contaminación de la tierra y agua, gases de efecto invernadero,
el desgaste de los suelos debido a la agricultura –ya que gran parte de lo que
esta produce, es dirigida a la alimentación de aquellos animales que se
encuentran en criaderos/mataderos–, y la misma deforestación de bosques
nativos para generar aún más suelo agrícola.
Entonces, retomando y
considerando lo antes mencionado, este desentendimiento no proviene desde la
elección individual propia y consciente, sino más bien de un constructo del
sistema que detenta el poder cultural y que redefine al ser humano como consumidores
más que de cualquier otra forma. Provocando así la anulación de cada sujeto que
permanezca y se desenvuelva dentro de su estructura, –con tanta integridad como
le sea posible– la cual busca mantener ocultas aquellas implicancias de la
industrialización de las sociedades y la naturaleza.
La mercantilización del animal
no humano se desprende de la
corriente doctrinaria antropocentrista, la cual sitúa al ser humano como su
centro de estudio, pero aquí también se comprenden las repercusiones de esta
corriente en el ideario, las cuales se expanden más allá. Creer en la superioridad de los intereses
y condiciones del ser humano como prioritarias por sobre los intereses y
condiciones de las demás especies animales, finalmente perjudica al propio
humano de manera negativa. Esta corriente doctrinaria, esencialmente nos hace
olvidar que el humano depende en su totalidad y trascendentalmente de las demás
especies animales y la naturaleza. Por esto, la extensión
del concepto de la alienación al tema aquí descrito, es la siguiente: “Se habla entonces
de alienación como pérdida o carencia de mundo, para describir al individuo que
no se siente involucrado, concernido o implicado” (Forero, 2021, p.4) respecto
a si
mismo, o respecto
a los otros. En este caso,
“el otro” es el animal no humano
–y la Tierra– como un sujeto de derecho,
el cual se encuentra siempre en una situación aún más
desventajosa de la que está un ser humano, dado que
nuestra especie se encuentra sumergida en un sin fin de clasificaciones
sociales que implican la atribución de valor o rol en la sociedad misma,
dependiendo de su posición en la clasificación jerárquica. Entonces, además
de cualquier criterio de clasificación existente para nuestra propia especie, existe la comparación respecto a
las otras, según capacidades cognitivas, potencialidad, formas de vida, vínculo
con el humano, su utilidad, entre otros. Valorizando así – o no– su existencia
en el mundo.
Criterios que, por cierto,
como explica Oscar Horta (2012) quedan deslegitimados o son moralmente
inaceptables, por el sólo hecho de que aquellos criterios no podrían
universalizarse para absolutamente todos los seres humanos, ya que esto
implicaría desvalorizar vidas humanas, así como se hace con las vidas de otras
especies animales. –Este punto será profundizado en el subapartado sobre la conceptualización del
especismo–.
Por razones de facilitar
la comprensión y acortar la separación entre la teorización y la acción que es
necesaria, se simplificará a continuación la complejidad de nuestras relaciones como seres sociales, con todos los seres vivos que
nos rodean y la naturaleza, con el objetivo de comprender que los espectros que
aquellas puedas tener; ya sean de cierta comprensión y empatía, no son
suficientes y no permiten observar que la situación que se intenta aquí
demostrar acerca de las dinámicas opresoras se reduce finalmente a dicotomías,
la primera –y por lo tanto sustancial– es; Nosotros-Ellos. La razón de esta
distinción es con el objetivo de adoptar un análisis radicalizado[1] acerca de cuestiones
que necesitan ser llevadas más allá del análisis teórico –lo cual resulta paradójico–, acerca de porqué es urgente
ir más allá del simple entendimiento. Estos dualismos son los extremos
resultantes del poder y la dominación en la que se emplaza el humano, pues las
instituciones, históricamente han trazado las líneas divisorias que se
consideran racionales, ejemplos claros de aquello han sido: el racismo,
sexismo, etarismo y clasismo, entre otras.
Entonces, la línea trazada
en este caso es entre el animal no humano y el humano. A esta distinción
discriminativa se le llama “especismo”[2], el cual contiene
la misma lógica y dinámica de los ejemplos mencionados al final del párrafo
anterior. Por lo tanto, podemos comprender aquí, que la alienación justamente
facilita la esclavización de los animales no humanos y de la tierra, y que
además se nos ha impuesto –por aquellos que poseen un rol dominante sobre la
sociedad– los medios para mantener la dicotomía “humano-animal”, que además se
encuentra superpuesta a la de opresor-oprimido (Brian A. Dominick, 2019)
Implícitamente la cultura dominante busca ocultar los distintos medios que ha creado y posee para
hacerlo, porque de otra forma no podría sostener
el sistema en el cual,
finalmente, existen dos partes, una de ellas se sitúa en la posición de poder y la otra es la
víctima de este, en el sentido en que cualquier modo de vida, de pensar o
funcionar se nos es impuesto en pos de mantener este orden social, político y
económico, estando contenidas bajo modos de comportamiento, de conocimiento
científico, educación, de moralidad, etc. Y la propia posición desventajosa en
la que nos encontramos como seres humanos, bajo el dogma de la dominación sobre
otros y el poder, ha impedido el proceso revolucionario de romper con la
creencia de la superioridad de nuestra especie.
Asimismo, desde la
concepción más bien cercana a Marx, respecto a la alienación y su acercamiento
a este concepto y situación social, podemos ilustrar la relación del modelo de
producción imperante y la narrativa predominante en nuestra cultura; sobre la
otredad, orbitando al humano, quien se encuentra bajo el yugo del sentido de
propiedad, en específico, sobre todo aquello considerado como capital por el
imaginario social – dentro de los cuales se ven clasificadas miles de especies
animales y a la naturaleza de por sí–, la alienación se extiende mucho más allá
de la sola clase obrera y su trabajo, abarcando a todo aquel que nazca, crezca
y se mantenga enajenado en la cultura imperialista; su imaginario de dominio y
de derecho natural del ser humano sobre todo aquello que posea utilidad para
elevar su propio bienestar como especie.
Considerando lo anterior,
desde el punto en que un animal es cosificado y mercantilizado como producto de
alimentación, experimentación, entretención, vestimenta, entre otros; lo que
ocurre en medio de aquello, es en donde precisamente ocurre la separación, y
que produce una extrañación completa de lo que implica el proceso de
transformar a un ser viviente –y su hábitat natural– en una utilidad benéfica
solo para el humano. Esta vivencia, que ha sido sistemáticamente ocultada
justamente por aquellos que lucran con la vida, y que se ampara en la teoría bienestarista[3], para apaciguar
el malestar social que ha causado la visibilización, no solo de lo que implica
la subyugación de los animales no humanos, sino que también de la devastación
de los ecosistemas; romantizando de cierta forma el vivir del animal enjaulado,
su bienestar mínimo y el beneficio o placer que el producto final en que son
convertidos le trae al humano.
Refiriéndonos directamente
a la alimentación, es a través del uso de un lenguaje específico para
referirnos a los alimentos de origen animal, la forma en la que se reduce
la reflexión y cuestionamiento acerca de la producción de alimentos cárnicos.
Carol Adams lo describe como el referente
ausente; “es lo que separa a quien come carne del animal y al animal del producto final. La función
del referente ausente es mantener nuestra carne separada de cualquier idea de
que ella o él fuese una vez un animal” (2016, p.13). Nora Benningstad y Jonas Kunst (2020) apoyan la hipótesis de la
disociación en los hábitos de consumo, en donde el referente ausente y su
finalidad, es utilizado –muchas veces inconscientemente– como estrategia de
afrontamiento, es decir, como táctica para solapar y así disminuir la
experiencia de la disonancia cognitiva[4], la cual en este
caso, implica el disfrute del consumo de carne, contrastada con el daño inevitable a los animales para producir
alimentos cárnicos y sus derivados. La interrupción de esta disociación a través de, por ejemplo, resaltar el vínculo carne-animal, o la
reducción de eufemismos estimula las reacciones empáticas acerca de las
implicancias de los hábitos
de consumo propios,
reduciendo la desconexión moral que permite mantener estos hábitos.
Un ejemplo puntual y casi
extremo, es el caso de quienes trabajan en criaderos/mataderos. Sin duda el
extrañamiento es aún mayor en este caso, pues estos
llevan a cabo y pueden ver el proceso y el tipo de sufrimiento que causa este. Sin duda
son niveles distintos en donde la sensibilidad y empatía propia del ser humano
se ve afectada, por lo que, para el consumidor, el producto presentado a él siempre
será el más extrañado posible del proceso
intermedio. Resaltando la diferenciación discriminatoria entre el humano y los
animales, de manera que “estamos alienados de nuestra propia experiencia, de
quienes somos, y esta alienación es tan destructiva de los otros y de nosotros
mismos” (Jensen, 2015, p.7)
El especismo puede
definirse como una creencia
social basada en la priorización de una especie de
animal por sobre otra, sea por sus capacidades físicas o cognitivas, por su
utilidad, por su tamaño, etc. Es una forma de clasificación, en donde, vemos
como consecuencia no solo la utilización, –en términos reducidos– sino que
también encontramos la relación violenta de la sociedad humana con otras
especies animales y el ecosistema, en distintos grados. Clasificar esta
relación según importancia, es decir, con ciertos
criterios respecto cuales son las especies que se ven más
afectadas que otras, nos lleva a recaer de cierta manera en lo mismo que se
está cuestionando –clasificación según cualquier criterio– pudiendo ser
arbitrario o no. Pero, por razones prácticas de generar acercamiento respecto a
nuestra cuestión y así poder dimensionar también las consecuencias de nuestras
creencias, de nuestra moral, y de las formas de producción, es que se hace necesario
el nombramiento y demostración del uso de los animales en distintas
industrias, así como la ganadera, pesquera –sobre todo de arrastre–,
investigación científica y vestimenta.
Además, parece
imprescindible mencionar la problematización del avance de la civilización
industrial, que amenaza cada vez más no solo a los animales –incluyendo al
humano– sino que a la naturaleza y sus ecosistemas. Esta amenaza nace también
desde la premisa de que el humano se ha considerado como una especie superior,
una especie dominante de todo aquello en lo que se encuentre utilidad para su
bienestar, teniendo como consecuencia incluso la creación de nuevas
necesidades, “un deseo social –creado y –reforzado para producir y consumir
aquello que no necesitamos” (Brian A. Dominick, 2019, p.8) lo cual, implica la
destrucción de ecosistemas completos, los cuales a la fecha, se han vuelto cada
vez más fundamentales de proteger por la misma razón de que su reducción
significativa, sobre todo en nuestro siglo actual, está generando las
consecuencias más destructivas para todo ser vivo. Estas son las externalidades
negativas que genera el extractivismo, es decir, la explotación de los recursos
naturales de manera desmedida.
La clasificación antes
mencionada, finalmente se vuelve una cuestión esencialmente política, debido a
la jerarquización discriminativa de especies según su utilidad, así como lo es en cuanto
a otras jerarquías propias de las sociedades
humanas, como la de raza, sexo, género, clases sociales, etc. Que precisamente
han necesitado de la política para desmontar aquellos dogmas de jerarquización
y poder.
Podemos observar lo
arraigado que está este comportamiento acerca de la jerarquización como orden de las cosas, que se arrastra
generación tras generación. Y el
cuestionamiento de estos causa
incomodidad, a causa de que se puede lograr conflictuar al individuo
respecto a sus creencias, o dicho de otra forma, respecto al dogma bajo el que
se encuentra. Por lo general, el análisis más profundo
de lo que implica una creencia, un comportamiento –o la falta de algún otro–, hábitos,
y otros, siempre causará aquella incomodidad o conflicto interno. Pero
esta, es parte de lo necesario –y quizás hasta suficiente– para despertar el
autoanálisis de lo que se está preguntando. (Magee, 2010, p.6). Las estructuras
culturales acerca de lo que está bien o mal, respecto al trato social entre
humanos, está bastante definido en cada sociedad, son valores que se promueven
desde que comienza el aprendizaje, es decir, desde la infancia. Es por esto
que, quebrantar lo impuesto se complejiza a medida que estas estructuras se
refuerzan y no se ve expuesta la naturaleza real del ser humano y la armonía
con su ambiente. Sin embargo, es fundamental comprender que la deconstrucción y
liberación de la dominación ejercida sobre el humano comienza desde la individualidad,
en nuestras acciones cotidianas, en nuestra manera de comunicarnos y
relacionarnos, pues para liberarnos del yugo, tan solo es necesaria nuestra
propia ilustración y la necesidad de ser consecuentes con ella en la vida
diaria.
Luego de lo anteriormente
expuesto respecto a la reformulación moral de hábitos, creencias,
comportamiento y de la estructura social en general, respecto a lo que ésta
implica para las demás especies y la naturaleza en general, es menester
alcanzar un nivel reflexivo suficiente para cambiar o transmutar el dogma
acerca de la utilización del otro para el beneficio de la especie humana.
Los temas expuestos hasta
el momento necesariamente deberían llevarnos a un posicionamiento respecto a
estos, es decir, tomar lo cuestionado, analizar
su sentido y el
propio impacto de nuestras acciones cotidianas –normalizadas– que no dejan ver
más allá de lo que significan para el
otro, en este caso, el animal no humano, y porque no, también a nuestro propio
hábitat. Las condiciones que hemos alcanzado como seres humanos nos dan la
capacidad de encontrar alternativas que no involucren el sometimiento y utilización
de otro para poder vivir y desarrollarnos. Es por esto que la naturalización de la violencia en favor del humano es uno de los
factores a deconstruir dentro de la categorización que mantienen la naturalidad de la explotación animal[5].
Esta violencia de la exclusión en donde se normaliza, además, la dicotomía entre animales no humanos y el humano,
excluyendo a los primeros de la comunidad moral que conformamos y que da paso a
desconocerlos de todo derecho de vida en donde sus intereses primen al igual
que los del humano.
Cuando nos referimos
principalmente a la industria alimentaria, se propone como medida el bienestar
animal. En donde lo que se tiene a consideración son las condiciones de vida en las que se mantiene a los animales explotados, pero
que realmente no cambia el rumbo del fin para el que han sido dispuestos. El bienestarismo da paso a la garantización de condiciones de vida,
supuestamente mejores a las que se encuentra un
criadero/matadero comúnmente, pero esto
no es congruente con el cambio moral que se plantea aquí y menos aún con la
propuesta de tomar una postura mucho más definida de lo que propone esta
teoría. Defender los derechos animales – y de la naturaleza– y el valor intrínseco de ellos, no es consecuente con su utilización como un medio
para un fin, ya que la diferenciación de medios le da un estatus de cosa, es decir “todo
cuanto puede ser utilizado de un modo meramente instrumental” (Kant como
se citó en Aramayo, 2012, p.41) por lo que la existencia de estos y su vida, deja de ser un fin en sí mismo,
a pesar de que abogue por la garantización de una vida cómoda en los
criaderos/mataderos, libre de tensiones y lo más cercano a la vida en estado
natural
y sin dolor –si es que eso es posible– no solo cumple
vagamente su propósito, sino que no cambia en absoluto los procesos
anti-naturales que ocurren dentro de los criaderos y aún menos la forma en la que son asesinados.
Es por esto que nuestro
interés moral no debiera estar basado en la utilidad que tendrá el otro para
nuestro beneficio. La relevancia de
la consideración moral está en que el valor de la vida animal es inherente a la utilidad que se pueda encontrar en ellos y su
hábitat, puesto que la sustancia de esta cuestión es justamente entender la
importancia de la vida que nos rodea y ser capaces de percibir el mundo de
manera distinta a la que hemos sido condicionados; se nos ha enseñado a
percibir el mundo de manera tal que condiciona la manera en la que lo
experimentamos, si el mundo se nos aparece como un conjunto de recursos
explotables, lo más probable es que lo explotemos. Esto es precisamente lo que
nos quiere decir Derrik Jensen “Si no percibes la existencia fundamental de los
otros (esto es, animales no humanos, árboles, montañas, ríos, etc.), o en
algunos sentidos no percibes ni siquiera su existencia misma…” (p.67) se
convierte en deber plantar aquella semilla que puede comenzar a cambiar el
paradigma esclavista del que hablamos.
Identificar nuestro propio
impacto como individuos, y unificarlo con el resto de individuos es la suma de
todo lo que podemos causar con nuestras acciones, y llevarlo más allá de todo
lo negativo que provoca la moral utilitarista, antropocéntrica y especista, es
esencial. Comprender que, así como se construyeron estas ideas y estos modos de vida, se pueden
deconstruir, así sea desde lo individual o esencialmente unificado con las
demás individualidades dispuestas a alterar el orden establecido, porque “si nuestras
acciones no sirvieran para nada, ¿para qué querría uno seguir viviendo? esa
clase de desesperanza, en el sentido derrotista, implica aferrarse a la
victimización y la impotencia” (Jensen, 2015, p.64).
Sin duda alguna, hasta el momento, las formas de producción que se
han estado construyendo desde hace un par de siglos es la que nos
trae al punto crítico de la necesidad de cambiarla, pues se hace insostenible
–no solo moralmente– seguir sustentándola. Se ha demostrado que en unas
décadas, nuestra sociedad mundial extractiva de recursos hará insostenible la
propia vida. Aquellas ideas sobre el progreso indefinido y de que la única
forma de cerrar la brecha entre clases sociales es la continuidad de la producción
y el aumento la riqueza material de las personas, “una economía de crecimiento
perpetuo no es solo demencial (e imposible) sino que también es, por su propia esencia,
destructiva” (Jensen, 2015, p.30) es la raíz del problema aquí demostrado.
Los criterios para ser considerados sujetos
de derecho generalmente están basados en las
capacidades mentales del ser humano, es decir, nosotros mismos construimos
estas concepciones exclusivamente como parte del desarrollo de nuestra
sociedad, pero dentro de los propios criterios
incluimos aspectos que no son exclusivos del ser humano y que pueden –y deben– ser
extendidos.
Peter Singer en Liberación
Animal (1975) aboga por la extensión del principio básico de igualdad, así como se ha hecho en las
distintas etapas de las sociedades, extendiéndosele a las otras razas humanas y
a la mujer, gracias a los cuestionamientos de; racismo, sexismo y más
actualmente el especismo, pues estas tres formas de discriminación y exclusión
usan el mismo modelo de opresión sistemática de intereses ajenos por debajo de
los suyos. Este principio básico de igualdad se construye sobre la idea del estatus moral igualitario,
pues; “nuestra preocupación por los demás y nuestra buena disposición a
considerar sus intereses no deberían depender de cómo sean los otros ni de sus
aptitudes” (Singer, 1975, p.41)
Respetando así la
naturaleza y necesidades de cada ser, de cada especie, las cuales siempre son
distintas, pero no por eso menos
importantes, en cuanto
estas cuenten con la
capacidad de sentir. Sin embargo, el autor fundamenta su tesis en la que acaba
siendo una concepción utilitarista[6], puesto que, si
bien, explica que la comparación del sufrimiento del animal no humano con el
del propio humano es válida para esta idea moral, ante el caso de dar muerte a
un ser, lo primero a considerar es si este tiene autoconciencia, con
expectativas futuras y potenciales, dándole
esto más derecho
a vivir en comparación con un
ser que simplemente existe. Pero, para alcanzar la extensión de este
principio, se hace necesaria la superación del paradigma de que el ser humano
es superior a cualquier otra especie por el mero hecho de considerar a la razón
–capacidad de razonar y de la autoconciencia– como el carácter básico
que garantiza los derechos. Singer ejemplifica con lo que desvalida de
inmediato a la razón como carácter supremo del derecho a la vida, pues este implicaría
el descartar como sujetos de derecho a los propios humanos que no cumplan de
lleno esta descripción de capacidades mentales, cayendo así en una premisa
capacitista[7] que le quita
valor de la vida de cualquier ser humano considerado incapaz mentalmente de
cumplir con los estándares.Oscar Horta en “Términos básicos para el análisis
del especismo” (2008)
da una visión de lo que
consiste el especismo antropocentrista y sus argumentos, dando a entender los
argumentos que se usan para respaldar concepciones antropocentristas en el
intento de validar la visión acerca de la priorización del humano por sobre otras especies, las cuales apelan a
los atributos individuales como las capacidades intelectuales y las relaciones
entre humanos con otros agentes morales como lo hace Singer. Sin embargo, este
las refuta por el hecho de que no son universales –no pueden ser extendidas a
todos los seres humanos–, por lo que esto desvalida esta posición en defensa de
las justificaciones del especismo antropocéntrico. Para refutar, Horta ocupa el
argumento de la relevancia, el cual consiste en que se ha de tener en cuenta
únicamente aquello que tendrá relevancia en las consecuencias de una
acción predeterminada –pero también aquellas que tomamos indirectamente pero que son decisivas para la vida de
otro ser–.
Adoptando esta posición,
para saber qué es moralmente considerable debemos reflexionar, para así poder
conocer si nuestra acción afectará
positiva o negativamente a otro, pues este enfoque está centrado en lo experiencialista
–o la capacidad de sufrimiento y goce–. La mantención de este posicionamiento
descarta de inmediato el argumento de la exclusión moral
justificada que da Singer acerca
de que las capacidades
mentales y de autoconciencia son lo relevante moralmente, puesto que da pie a
la desvalorización de las experiencias positivas
o negativas que pueda tener todo animal
–hecho moralmente rechazable–, dejándosele de lado por no cumplir esta
condición potencial utilitaria.
Prosiguiendo con el
respaldo de la posición de Oscar Horta acerca de la capacidad de todo animal de
pasar por experiencias positivas y negativas es la que fundamenta el interés,
siendo este el fundamento del derecho. Derecho subjetivo que Mañalich (2018) explica como el deseo individual o las preferencias a realizar ciertas
acciones o no. Esto
se ve reflejado claramente en lo que se viene argumentando anteriormente de que
todo animal, por el hecho de ser un Ser autónomo sintiente, que tendrá el
interés de evitar experiencias negativas –que le causen dolor o sufrimiento– y de buscar
toda experiencia positiva
–que le cause satisfacción y preserve su vida y la de sus vínculos–. Y
existiendo este derecho subjetivo se crea de por sí un deber
correlativo de no infringir
los derechos del otro. Que, por cierto, los derechos fundamentales que les han
sido asegurados al ser humano son los mismos que debieran derivarse a los demás
animales no humanos y hasta a la propia naturaleza, que hemos
condicionado a vivir por debajo de nuestra sociedad y las concepciones de esta
que hemos construido. Estos derechos fundamentales son el de la libertad, el trato igualitario y el
derecho a la vida, siendo estos los mínimos garantes
de que son titulares de derechos, equivaliendo estos a “simplemente a
ser un ente que cuenta moralmente, en términos tales que los intereses que le son atribuibles han de ser tomados en cuenta, de manera que esos
intereses no pueden ser legítimamente sacrificados o postergados sin una buena
razón” (Mañalich, 2018, p.328) Siendo así, la ética de los derechos moralmente
superior a la utilitarista. Por consiguiente, transformar la clasificación en
la que se ven implicadas las especies animales en el ideario de la sociedad
humana es parte de la acción dirigida a su protección y consideración moral y
creo además, que consecuentemente es
lógico aspirar a un sistema jurídico que aplique cuestiones morales y políticas
como estas, no solo referente a la creación de nuevas leyes, sino que
constitucionalmente, ya que , como se pretende, los sistemas jurídicos debiesen
ser capaces de actualizarse según así lo haga la propia sociedad y sus valores.
En la legislación chilena,
la primera mención al animal no humano que se puede identificar es en el
artículo 567 del Código Civil, en donde se les categoriza como un bien mueble, y que por lo tanto se puede
encontrar como parte de la propiedad de una persona, –jurídica o natural– ser
utilizado y comercializado. A partir de esto, legislaciones contingentes a la
actualidad respecto a ellos, están relacionadas mayormente con la tenencia
responsable de mascotas (Ley 21.020) y sobre protección de animales (Ley 20.380),
ambas establecen los objetivos que estas pretenden lograr respecto del
conocimiento, respeto y protección a los animales “como seres vivos y parte de
la naturaleza, con el fin de darles un trato adecuado y evitarles sufrimientos
innecesarios” (Sobre protección de animales, 2018 , Artículo 1).
Respecto a lo anterior,
podemos deducir que estas normas y su aplicación siguen el principio del
bienestarismo, pues este implica el reconocimiento de los animales como seres
sintientes y con intereses, pero aun así, su estatus se mantiene, se les
considera medios para la satisfacción de necesidades humanas,
por lo que nos encontramos de nuevo con la problemática no sólo en cuanto a su estatus en cuanto a la moral, sino también en lo
jurídico. En la ley anteriormente citada, se destaca la expresión “sufrimientos
innecesarios”, pues esta implica
la tipificación y carácter delictivo de causar dolor o
sufrimiento que se considere injustificado, es decir, que estén fuera de lo que
socialmente se cree aceptable. Pero cabe preguntarse ¿Por qué se cree que
existe el sufrimiento necesario o justificado en primer lugar?
Por otro lado, creemos
necesario mencionar lo que se podría haber catalogado como un avance respecto
al estatus de los animales no humanos, no solo en la ley, sino que en la
Constitución de la República. El año 2022 se publicó el borrador definitivo de
la propuesta de una nueva Constitución por parte de la Convención
Constitucional. En él, podemos encontrar en el artículo 131 la siguiente norma:
1. Los animales son
sujetos de especial protección. El Estado los protegerá, reconociendo su
sintiencia y el derecho a vivir una vida libre de maltrato.
2. El Estado y sus órganos
promoverán una educación basada en la empatía y en el respeto hacia los
animales.
Sumando a este artículo,
el capítulo III sobre “Naturaleza y Medioambiente” menciona en varias ocasiones
los deberes del Estado con la naturaleza y, además, la cataloga como poseedora
de derechos[8] A grandes rasgos,
podríamos apostar someramente que aquellas normas habrían tenido consecuencias
favorables para la biodiversidad de Chile. Sin embargo, el resultado del
plebiscito para aprobar aquel borrador fue de un resultado desfavorable, en
este caso, para los animales no humanos nombrados como sujetos de especial
protección, y en especial para aquellas especies nativas que se encuentran
actualmente en peligro inminente de extinción.
La fauna endémica cada día
se ve amenazada por distintas acciones u omisiones del humano. Se han
documentado y publicado casos en los que incluso en lugares que se denominan
como Reservas Naturales de Chile, la caza, los accidentes en carreteras al sur
del país, la contaminación en territorios marítimos[9], la expansión de las
industrias –como la minera–, entre otros, han provocado el peligro de
extinción, el desplazamiento de sus hábitats, y la muerte de animales
endémicos. Reconocer estos hechos y ser conscientes de que, ni la legislación y
mucho menos la Constitución han sido capaces de respaldar y proteger los
grandes ecosistemas y biodiversidad que posee Chile –zonas desérticas, bosques,
zonas costeras, zonas polares y alpinas, entre otras– parece inconcebible.
Resumiendo, como ya se ha
mencionado anteriormente, la premisa bienestarista se sostiene en el
utilitarismo y por consiguiente, esta es irreconciliable con la ética de los
derechos mencionadas en el pasaje “sujetos de derecho” de este escrito. El
reconocimiento de la titularidad de derechos necesariamente implica, que como
humanos adquiramos el deber correlativo de reconocer, como parte de nuestra
singularidad animal, que poseemos la capacidad para compenetrarnos con el
animal no humano y la naturaleza, empatizar con ambos[10], y dotar del
estatus normativo de sujetos de derecho al animal no humano –y por consiguiente
a la naturaleza– para así abolir toda forma de propiedad sobre los animales y
esencialmente a la naturaleza de la que somos parte. (Mañalich, 2018,
p.334-336)
Con todo lo mencionado
hasta este punto, están cubiertas las dos áreas que como seres humanos
siempre consideramos a la hora de levantar teorías críticas, explicativas y de
ordenamiento; lo moral y lo jurídico –en conjunto– puesto que ser sujetos de
derecho también debe garantizar no solo su consideración relativa en las leyes, sino que también en la cultura, el pensamiento, no pensado desde una ideología
como lo es el especismo –pues
este es un conjunto de creencias socialmente compartidas que legitiman lo
establecido– sino que el cambio de paradigma en cuanto a la (des)consideración
moral existente respecto de los animales no humanos y la naturaleza.
Apelar a la comparación
del deseo de la libertad que tenemos como seres humanos junto con la de
los animales no humanos, creo es uno de los argumentos con mayor
peso, puesto es algo que como especie también anhelamos, a tal
punto de que luchamos de diversas
formas para realizarlo. Pero
en nuestro caso, somos nosotros mismos quienes mantenemos las barreras que nos
impiden esta libertad, para el resto de especies, es el ser humano es quien lo
sometió al encarcelamiento perpetuo
involuntario, privándoles de las libertades de su estado natural.
Teniéndoles así a cada especie
de la cual podamos sacar provecho,
como medio siempre para los mismos fines; enriquecimiento económico, gula, entretención.
Hume es uno de los exponentes de la filosofía
que postula que la moralidad
no proviene de la
racionalidad, sino que de la sensibilidad, de la capacidad de sentir el mundo y
actuar según nuestra percepción de él, siendo esta característica lo principal
y más importante que compartimos con el resto de especies animales, hecho
empírico que respalda la idea anti-especista y que nos demuestra que nos encontramos en condiciones
iguales entre especies. Carácter moralmente superior y que es suficiente para
exigir la igualdad de consideración moral y también de poner en práctica todo
lo argumentado, porque si bien el escepticismo a veces se usa como contra
argumentación de las acciones individuales como una verdaderamente cuantiosa,
pero aun así nunca podremos estar plenamente seguros de no ser nosotros
(nuestra acción de consumo de carne) los que generamos el cambio de escala (la
apertura de un nuevo matadero, pongamos, para atender ese incremento de demanda
que se ha producido con nuestra acción) y la consecuencia de
nuestro acto de seguir comiendo carne es tan disvaliosa, por muy poca que sea la probabilidad de que seamos justamente nosotros
quienes, al convertirnos en vegetarianos, hacemos que se cruce ese
«umbral crítico», debemos abstenernos (De Lora, 2010, p.112).
Llegado a este punto del
escrito, parecería imposible no entender las similitudes entre las formas de
opresión que se ejercen sobre todos los animales –incluyendo al humano–. Como
se menciona en el propio título, la alienación es la que hace posible el especismo
y por lo tanto, la esclavización de los animales no humanos, –así como la
esclavización de nuestra propia especie–. La historia nos hace comprender que
el ser humano, cuando se encuentra en posición de poder, ha sido capaz de
esclavizar a otros para lograr toda comodidad contingente. Antes de la
abolición de la esclavitud, personas eran vistas y tratadas de la misma manera
que a los animales no humanos; siendo obligados a producir y obedecer a aquel
hombre que se denominaba como “dueño” de ellos. Esclavos carecían de toda clase
de derecho y consideración moral por parte del hombre blanco hetero-normado de
la Europa occidental, quien creía tener superioridad en todo sentido por sobre
aquellas personas consideradas de raza inferior; El color de piel se consideraba
la característica que definía quien merecía dignidad y quién no. Y así como
bien es sabido, el imperialismo hizo posible la invasión de pueblos completos,
apropiándose de seres humanos para ser comercializados, poniendo precio a una
vida, considerada un bien, considerada capital y herramienta para el
enriquecimiento económico en general de las culturas dominantes. Siendo
tratados como objetos desprovistos de carácter y valor individual. No es
casualidad que la abolición de la esclavitud, a grandes rasgos no haya
significado más que el beneficio y enriquecimiento aún más del opresor,
cambiando solo la forma de producción; el esclavo solo se convirtió en mano de
obra barata.
Las similitudes y patrones
de comportamiento entre el especismo y el racismo son innegables. Hemos sido
socialmente guiados a fomentar la opresión dentro y entre nosotros. Es por esto
que apostamos por la radicalización –pensada en el sentido de apuntar hacia la
raíz del problema, no como el extremismo ideológico–. Ser radical es
comprender que el sufrimiento ajeno no es transable por el beneficio propio. Es
no hacer concesiones con los victimizantes, solo para aliviar falsamente la
miseria a la que sometemos al animal no humano. Es comprender que abogar sólo
por el bienestar animal no significa más que continuar cediendo ante la
opresión sobre todo ser vivo y la naturaleza (Brian A. Dominick, 2019)
Es fundamental comprender
que la transformación real de nuestra sociedad comienza dentro de cada
individuo, desafiando la falsa sabiduría y valores con las que hemos sido
adoctrinados históricamente, desafiar aquellas ideas que nos han convertido en
nuestros propios antagonistas. Se hace inconcebible pensar en la abolición del
especismo sin primero experimentar procesos internos de deconstrucción del
conocimiento y la cultura dominante. Es indispensable que observemos nuestros
comportamientos y creencias con una crítica constante. La consideración moral de los animales no
humanos como un aspecto absoluto es que cada vez es más necesaria y urgente de interiorizar. Alcanzar este estado de
claridad respecto a esta disyuntiva impulsaría de manera potencial la ruptura
de la anulación que la sociedad industrial ha edificado, y por lo tanto
precarizado toda vida.
Creo, para finalizar, que
la única diferencia –que vale la pena mencionar– entre animales humanos y no humanos es que, a
diferencia de los animales que permanecen enjaulados, nosotros tenemos el
potencial para comprender por qué la jaula existe en primer lugar.
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Fecha de recepción: 27 de abril de
2024.
Fecha de aceptación: 04 de diciembre
de 2024.
Fecha de publicación: 31 de
diciembre de 2024.
[1] Un análisis que
apunta de manera critica la raíz de la problemática.
[2] En la siguiente
sección se dará una definición más completa de lo que este implica.
[3] El
bienestarismo animal aboga por establecer las condiciones de vida mínimas,
evitando así cualquier sufrimiento que se considere innecesario para los
animales.
[4] Este
concepto se refiere a la incomodidad psicológica cuando nuestras mentes se
encuentran bajo dos conceptos o ideas contradictorias entre sí. En este caso
esta disonancia es directamente moral.
[5] Este concepto
engloba la crianza
y utilización de los animales
para alimentación, vestimenta,
entretenimiento, fuerza de trabajo e investigación.
[6]
El utilitarismo es una filosofía que defiende la utilidad como principio de la ética,
en pos del bien común. Esta postula que el actuar debe provocar una
consecuencia de la mayor utilidad posible
a la sociedad en la que se encuentre. Esta utilidad puede
definirse como un mayor bienestar, placer, felicidad, y otros.
[7] El capacitismo
es una forma de discriminación referida a cualidades físicas o psicológicas
–esencialmente por la falta de ellas– no cumpliendo así con el estereotipo del
ser humano y su perfección física y mental.
[8] Para
conocer de manera más exhaustiva este borrador y comprender las normas y
principios que aquel contiene, este se encuentra disponible en la página
oficial de la Convención Constitucional.
[9] Existen
empresas salmoneras en áreas protegidas. La contaminación que implica esta, ha
marchitado y contaminado el lecho marítimo, ademas de causar la muerte de
grandes cetáceos como las ballenas jorobadas.
[10] Me
parece adecuado hacer mención en este punto a la teoría ética de Hume. El
“emotivismo moral”, que a grandes rasgos, explica que los juicios morales no
provienen de la racionalización, sino que provienen de las emociones y
sentimientos. Parece insensato creer que como animales racionales, seamos
incapaces de sentir aquella empatía por otros seres vivos y tomar acciones
debidas para evitar aquel sufrimiento que el humano busca evadir a toda costa.